Nuevas enfermedades e invasiones de algas mataron a buena parte de los corales que se extienden desde el sudoriental estado estadounidense de Florida, donde esa cubierta es diminuta, a Bonaire, donde se encuentra buena parte del 20 por ciento remanente.
La costa caribeña de América Central está igualmente dañada.
Se prevé que, de cumplirse el pronóstico de océanos más cálidos y más ácidos a raíz del cambio climático, el futuro les deparará aún más devastación a los corales sobrevivientes. Cuando el agua se calienta demasiado, los corales se decoloran y, por lo general, mueren.
Aunque el Golfo Pérsico sufrió un destino similar, principalmente por culpa de la contaminación con petróleo, el Caribe es, por lejos, la región más grande en haber perdido la mayor parte de sus corales.
Estos son colonias de animales individuales y diminutos que se alimentan de algas igualmente diminutas.
"Esto significa que millones de personas están perdiendo un abundante suministro de peces baratos y nutritivos", explicó Andrew Bruckner, jefe del equipo científico de la Khaled bin Sultan Living Oceans Foundation, con sede en Washington.
Además, los corales brindan protección contra las olas y atraen turistas, dijeron él y otros científicos.
Por contraste, Bonaire tiene aguas excepcionalmente claras, lo que desde los años 70 ha convertido a esta isla en una Meca del buceo. En un clásico círculo virtuoso, el gobierno local ha restringido con éxito la pesca para mantener a peces y arrecifes en buen estado y hacer que sigan llegando buzos a recrearse y gastar dinero.
Sin embargo, enfermedades prevalentes en todo el Caribe casi han erradicado a los corales cuerno de alce y cuerno de ciervo, que otrora cubrieron las zonas más llanas de Bonaire, junto a la costa, brindando hábitat para muchos peces y crustáceos comestibles.
En aguas un poco más profundas, muchos de los enormes corales estrella, claves a la hora de construir los arrecifes, han corrido la misma suerte. Muy pocos siguen vivos.
Cargado con un tanque para submarinismo y aparatos para realizar mediciones, entre otros implementos, Bruckner se internó una mañana en las aguas de Taylor Made, una de las desiertas playas de la isla.
Lo hizo en calidad de líder de una decena de científicos que durante una semana realizaron una expedición para contar los corales muertos y los sanos, junto con las poblaciones de peces. Bajo el agua, Bruckner señaló algunos de los últimos cuernos de ciervo. Entonces, el equipo al que este periodista acompañaba llegó a algunos corales estrella gigantes, de hasta seis metros de altura, de entre 500 y 1.000 años, y Bruckner hizo una señal con su dedo pulgar hacia arriba: eran verde oliva y estaban sanos.
Un poco más lejos, otros corales estrella eran mitad verdes, mitad marrones, separados por una línea blancuzca. Padecían la enfermedad de la plaga blanca, una de una familia de patologías que han diezmado a los corales del Caribe. Bruckner señaló con su dedo pulgar hacia abajo.
Pero sobre muchos de los corales muertos había pequeños bultos de corales vivos.
De regreso en la playa, Bruckner se quitó la máscara y destacó: "Lo que vemos aquí es un arrecife que ha padecido enfermedades y decoloración, pero los nuevos corales nos dicen que el arrecife se está recuperando rápidamente".
Eso se debe a que todavía hay suficientes peces que comen algas en su entorno, para mantener limpia la superficie de los corales muertos. También ayuda el hecho de que en el lugar llueve muy poco y que son inusuales los huracanes, que dañan los arrecifes.
En el resto del Caribe, los corales muertos pronto quedan cubiertos de algas y las larvas coralinas no tienen dónde asentarse. Luego de un huracán, muy poco vuelve a crecer.
Pero en Bonaire, Bruckner dijo que desde 2005, cuando investigó por última vez los arrecifes de la isla, hubo una degradación mucho menor que en el resto del Caribe en el mismo periodo.
Pescadores y contaminantes son apenas los asesinos más tangibles de los corales. Pero a medida que la Tierra se vuelve más caliente, los periodos de aguas cálidas arrasan corales enteros. La primera suba importante de temperatura se produjo en 1998, y la mayoría de los arrecifes caribeños nunca se recuperaron.
Este año promete ser el más caluroso desde 1998 en el Caribe, y ya se ha observado que algunos corales están muriendo.
Y por si aguas más cálidas, una falta de seres que se alimenten de algas y la contaminación no fueran suficientes, hay otro enemigo al acecho: la acidificación de los océanos.
Mientras que en los últimos dos siglos aumentó un tercio el dióxido de carbono en la atmósfera, un tercio de ese incremento fue absorbido por los océanos. A consecuencia, el agua oceánica es ahora más ácida que antes, lo que dificulta a los corales construir sus esqueletos.
Los efectos ya se sienten. "En la Gran Barrera de Coral, el ritmo de calcificación se enlenteció 15 por ciento desde 1990", dijo Ove Hoegh-Gulberg, biólogo experto en corales de la australiana Universidad de Queensland.
"Muy pocos corales sobrevivirán a este siglo, y (los que lo hagan) estarán en muy mal estado", agregó Ken Caldeira, de la Carnegie Institution.
Pero Bruckner se mostró más optimista. "Los antecedentes históricos muestran que los corales son muy adaptables", dijo.
"Si podemos restringir la pesca y la contaminación, y crear más reservas marinas, podemos salvar algunos de los arrecifes de coral del Caribe", agregó.
"Pero incluso si no lo hacemos, en lugares como las remotas islas del Pacífico las especies de corales más vulnerables morirán y serán reemplazadas por otras más fuertes. Simplemente, no creo que desaparezcan del todo", vaticinó.
Fuente:IPSNoticias
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