Sin embargo, reconoció que los mayas sí creían en la reencarnación, como puede comprobarse en el árbol con senos que representaba el alimento para los niños que morían al nacer y donde esperaban la oportunidad de nacer en otro útero.
Para los mayas la muerte fue considerada más que un complemento de la vida humana, una fuerza cósmica complementaria de las energías vitales, asociada con el inframundo, la oscuridad, el caos, la irracionalidad y la destrucción; en tanto que la vida fue asociada al cielo, la luz, el orden, la racionalidad y la creación, detalló.
La especialista detalló que al final del viaje maya, los espíritus morían definitivamente y se desvanecían ante el dios de la muerte, como lo expresa el ansiado sitio: “el Xibalbá o lugar de los que se desvanecen.
“Pero esto no implicaba ir a la nada porque para los mayas la muerte no era aniquilación, sino otra forma de existencia contraria a la vida, energía de muerte que se integraba al reino de la oscuridad, donde permanecía eternamente”, dijo.
Por último, explicó que “en el pensamiento maya los dioses no fueron simples ‘ídolos’, sino energías invisibles e impalpables capaces de manifestarse en sus imágenes durante los ritos, así como en diversos animales, en otros seres y en fenómenos naturales”.
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