Desde la famosa oveja ‘Dolly’, las especies clonadas se han multiplicado. Ya hay desde mascotas hasta toros de lidia. Pero ¿se han cumplido las enormes expectativas creadas? ¿Tenían razón las alarmas que saltaron?
Primero fue un renacuajo; después, un ratón, y más tarde llegó la oveja Dolly; actualmente hay clones de mamíferos domésticos (caballos, vacas, toros de lidia) y mascotas (perros y gatos). Igual ha ocurrido con nuestros primos los monos. Se han clonado fieras, humildes carpas y animales en peligro de extinción. Pronto habrá clones suficientes para llenar un arca de Noé moderna. Impresionante, sin duda; pero ¿qué beneficios tangibles ha traído esta frenética actividad de la fotocopiadora genética?
Por clonación se entiende la obtención de copias genéticamente idénticas de un individuo. La técnica más habitual para conseguirlo se denomina transferencia nuclear: consiste en extraer ADN del núcleo de una célula del individuo a duplicar y con él desarrollar un embrión para implantarlo en una madre sustituta de la misma especie o de una especie próxima. Es importante no confundirla con la transgénesis: la obtención de seres dotados de propiedades inexistentes en su especie a través de la inserción de genes extraños. En el primer caso se copia, en el segundo se modifica.
La clonación saltó al estrellato el 5 de julio de 1997, cuando el científico escocés Ian Wilmut presentó en sociedad a Dolly, una oveja engendrada a partir de un embrión portador del ADN de un ovino de raza Finn Dorset, a la cual era genéticamente idéntica. Los genes se habían extraído de una célula mamaria de la donante; de ahí el nombre puesto al clon: una alusión a Dolly Parton, la cantante country de grandes pechos.
En rigor, no se trataba del primer clon viable. Le había precedido el renacuajo clonado en 1962 por el biólogo británico John Gurdon. Se dice que en 1963 el chino Tong Dizhou clonó una carpa a partir de los genes de un espécimen adulto, pero las barreras de la Guerra Fría impidieron que se conociera su hallazgo. Más documentado es el caso del ratón Masha, el primer mamífero clonado en 1986 a partir de una célula embrionaria manipulada por expertos soviéticos. Una década más tarde, Dolly se convirtió en el primer mamífero clonado a partir de una célula adulta, un hito tecnológico.
Wilmut (hoy sir Ian Wilmut) disparó el pistoletazo de largada. En todas partes, los científicos se pusieron a clonar animales, con mayor o menor fortuna. De sus laboratorios han ido saliendo ratas, ciervos, conejos, lobos, cabras, hurones y camellos clónicos. En paralelo, el furor mediático desatado por Dolly alternaba escenarios apocalípticos de clonación humana con visiones optimistas de rebaños productores de insulina y órganos aptos para su trasplante a humanos, y de recuperación de especies en peligro o ya extinguidas a partir del ADN atesorado en diversas instituciones.
El zoológico congelado. Nos referimos al Frozen Zoo (el zoológico congelado) del zoológico de San Diego (California), donde se conservan células y tejidos de 8.000 animales pertenecientes a 800 especies; o al Audebon Research Centre de Nueva Orleans. Una institución similar en los Emiratos Árabes Unidos, el Breeding Centre for Endangered Wildlife Sharjah, custodia los genes del leopardo árabe y del gato salvaje Gordon. El ámbito europeo cuenta con el Proyecto Arca Congelada, coordinado por la Universidad de Nottingham (Reino Unido). Todos se hallan dedicados a recolectar y conservar en nitrógeno líquido el ADN de la fauna en aprietos, una forma de crear un arca de Noé genética que, como la homónima embarcación bíblica, salve a la fauna de la catástrofe en ciernes.
Inicialmente, esos centros tenían previsto usar el material congelado en reproducción in vitro e inseminación artificial; pero el éxito de Dolly les movió a barajar la opción de la clonación. ¿Qué resultados han obtenido? El primer logro se produjo en enero de 2001, con el nacimiento de un gaur, un bovino salvaje asiático, de un embrión implantado en el útero de una vaca. El clon, significativamente llamado Noé, murió de disentería con apenas 48 horas de vida. Mayor éxito tuvo la clonación el mismo año del muflón, una rara cabra de Cerdeña. En 2003, los expertos del Frozen Zoo clonaron un banteng –buey salvaje de Java– con genes de un macho muerto hacía casi 20 años, utilizando una vaca lechera como madre sustituta; pero no se ha podido reproducir. No ocurrió así con el gato montés africano clonado en el Audebon Center, padre de ocho saludables gatitos.
Que clonar no es soplar y hacer botellas lo dejó claro la efímera resurrección del bucardo, la cabra pirenaica extinguida en España el año 2000. Para su clonación, el equipo de José Folch de la Universidad de Zaragoza empleó células epidérmicas de la oreja de Celia, el último bucardo. De los 258 embriones creados, solo uno desembocó en el nacimiento de un clon; pero este murió a poco de nacer por defectos pulmonares.
Para José Luis Jorcano, biólogo molecular del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT), "existe una barrera que no sabemos superar. Creíamos que insertando el núcleo celular de un individuo en un embrión nos asegurábamos sin más una réplica viable, pero algo se nos escapa, y probablemente tiene que ver con el imprinting, el fenómeno por el cual los gametos paterno y materno, que se juntan al ser fecundado un óvulo por un espermatozoide, llevan un porcentaje de sus genes marcado para que solamente se active la copia materna o la paterna. Obviamente, este control se pierde debido a la técnica de clonación. Mientras no controlemos ese proceso, los embriones no se programarán de forma adecuada, lo que puede dar lugar a abortos, muertes prematuras y esterilidad de los clones, de la misma manera que se sabe que un imprinting defectuoso causa enfermedades en humanos", sostiene el especialista. De todos modos, este experto agrega que, incluso con todos sus fallos, la clonación ha permitido un importante aumento de los conocimientos científicos, y en ese sentido ha valido la pena.
Inmunes al desaliento, los investigadores insisten en sus programas de clonación. Entre los próximos candidatos figuran el lobo etíope, el hipopótamo pigmeo y el rinoceronte blanco, especies de las que restan pocos ejemplares en el mundo. En el Audebon Centre planean utilizar una hembra de lince africano como madre sustituta para una variedad de lince amenazada, y una hembra de antílope eland para su primo en peligro, el bongo.
No todos coinciden en la utilidad de ese enfoque. "A los animales hay que conservarlos en su hábitat", afirma tajante Luis Suárez, responsable del Programa de Especies Protegidas de la asociación ecologista WWF/Adena. "La clonación es una técnica complementaria, pero menos prioritaria que la cría en cautividad o los bancos genéticos, cuya eficacia ha sido demostrada", añade. Para Suárez, la clonación tendría sentido en especies extinguidas "solo si antes se erradican las condiciones que las acorralaron". Un criterio compartido por Oliver Ryder, genetista jefe del zoo de San Diego: "Solo apostamos por la clonación cuando no hay otro modo de evitar la extinción".
Si tan complicada se presenta la clonación de especies vivientes, no digamos ya la de las extinguidas. La alharaca montada en torno a la resurrección del mamut, el paquidermo extinto hace 11.000 años, ha quedado en agua de borrajas. Contra viento y marea, algunos científicos persisten en clonar al tigre de Tasmania, un marsupial australiano desaparecido en 1936. La imposibilidad de obtener ADN en buen estado de conservación es uno de los principales escollos. De momento, el retorno de los animales extinguidos no es más real que el de los tiranousarios de la película Parque Jurásico.
Las esperanzas se depositan ahora en el perfeccionamiento de la tecnología, en el aumento del porcentaje de éxitos y de clones viables. Entretanto, "convendría conservar el ADN de esas especies", apunta Jorcano. "Las células congeladas del bucardo, por ejemplo, se mantienen viables, por lo que algún día se podrá volver a intentar clonarlo".
Clonación de sementales. Por otra parte, la clonación tiene aplicaciones en ganadería como técnica auxiliar de reproducción asistida, si bien todavía dista mucho de ser eficaz. Su porcentaje de éxitos por intento es muy bajo (en torno al 3%), lo cual la encarece: clonar una vaca cuesta en torno a 20.000 euros. "Si para obtener un ternero viable debo implantar 50 embriones, me cuesta 50 veces más que una técnica normal", explica Javier Cañón, catedrático de Genética de la Universidad Complutense de Madrid. El experto le encuentra sentido a la clonación cuando se pretende crear linajes a partir de sementales o de variedades transgénicas con cualidades atractivas. Sacando esos contados casos, la clonación apenas tiene encaje en la zootecnia. "Pertenece más al mundo de los laboratorios que a las unidades de producción ganadera", añade Cañón, y pronostica: "Se abaratará cuando se reduzcan los fallos. Y eso no ocurrirá a corto o medio plazo"
Por añadidura, la clonación de ganado se ha visto cuestionada a raíz de la controversia suscitada en Reino Unido, cuando la Agencia de Seguridad Alimentaria (FSA) admitió que tres reses nacidas de vacas clonadas entraron en la cadena alimentaria humana (no se trataba de terneras clonadas, aclaremos, sino de sus descendientes, pues los clones son demasiado caros para ir al matadero). Su homóloga estadounidense, la FDA, ya había dictaminado que la carne de bovinos clónicos era segura. Sin embargo, en Europa la idea de comer hamburguesas relacionadas con la clonación no cayó nada bien. El pasado 7 de julio, el Europarlamento votó en contra del consumo de alimentos derivados de clones animales y de sus descendientes. La pelota se encuentra en el tejado de la Comisión Europea y de los Estados miembros, que deberán pronunciarse. De cómo se zanje el debate dependerá en gran medida el futuro económico de esta aplicación.
Otro punto de discordia concierne al bienestar animal. Los clones prematuros, deformes o enfermos son un producto colateral de las técnicas actuales. Como indicó Jorcano, no se sabe bien por qué ocurre eso, ni cómo evitarlo. Por esa razón, Sir Wilmut ha dicho que no considera ética la clonación a escala industrial. En esa línea, el Eurogroup for Animals denuncia que la clonación "causa sufrimiento innecesario, además de tratar a los animales de granja como meras mercancías en vez de seres sensibles", y alerta de que, aplicada masivamente, "reduce la diversidad genética del ganado, aumentando la posibilidad de que rebaños enteros sean barridos por males a los cuales todos sus integrantes serán igualmente susceptibles".
La clonación de mascotas también ha sido criticada por razones éticas. La primera mascota clonada comercialmente fue el gatito Little Nicky, producido en 2004 por la firma Genetic Savings & Clone para una estadounidense que les pagó unos 36.000 euros. Por una suma similar, en 2008, la Universidad de Seúl (Corea del Sur) entregó a otra estadounidense cinco clones de un perro llamado Booger. Los críticos objetan el sufrimiento infligido a las madres sustitutas, la mala salud de los clones y la "inmoralidad" de clonar mascotas habiendo tantos animales abandonados. En cualquier caso, los elevados precios impiden que estos servicios den lugar a una industria.
Visto lo visto, las realidades de la clonación de animales tienen poco que ver con las fantasías que la persiguen desde que Dolly saltó al escenario. De los beneficios prometidos por los entusiastas apenas se han materializado una pizca; en contrapartida, han resultado prematuras las pesadillas de clonación humana, un temor del cual se aprovecharon sectas y médicos ávidos de notoriedad. Eso sí: el vocablo ha pasado al habla cotidiana con connotaciones negativas: se dice "pasaportes clónicos" para aludir a falsificaciones; o se tilda a un político de "clon" para significar que carece de personalidad.
¿Entonces ha sido infundado el descomunal barullo causado en la opinión pública por Dolly y su progenie? No del todo. "Hay un dato real: se introdujo una técnica que abría posibilidades que hasta entonces no eran factibles; y con ello se desplegó un abanico de perspectivas que planteaban cuestiones bioéticas que de inmediato atrajeron la atención de los medios y del público", comenta Cañón. En efecto; la clonación ha servido de disparador de un debate sobre las identidades humana y animal en una era donde todas las fronteras se desvanecen en el aire, se patenta la vida, el avance científico-técnico irrumpe sin pedir permiso a nadie, y nada se halla a salvo de ser reproducido en serie.
Para algunos, dicho debate, con sus exageraciones, no ha sido inútil. Sean Carroll, profesor de Biología Molecular de la Universidad de Wisconsin (Estados Unidos), piensa que algunas fantasías han tenido un efecto pedagógico; y lo ejemplifica: "Hablar de clonar el mamut enciende la imaginación popular. Una niña de nueve años que oiga hablar de ello puede decir: 'Quiero recuperar esas especies extinguidas, quiero proteger a las criaturas en peligro de extinción'. Por eso, el mamut puede funcionar como un emblema del esfuerzo general para ser más conscientes de nuestros actos sobre el planeta".
El número de especies clonadas seguirá creciendo, pero mientras la tecnología no experimente un salto cualitativo, difícilmente los clones irán a provocar grandes cambios en nuestra vida y en la de la fauna. Y el público contemplará cómo, poco a poco, el arca de Noé clónica se va colmando con la tranquilidad de saber que por ahora aún queda un espécimen sin clonar: el propio Noé, el ser humano.
Fuente: http://www.elpais.com/
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