lunes, 7 de marzo de 2011

Para todo, el jengibre

De todas las especias, no hay alguna que tenga un aspecto más desastrado que el jengibre. Como contrahecho y deforme, es tan chocante a la vista que cuando se tiene en la mano resulta inasible y aparatoso, imposible de dibujar con agrado en la curvatura bulbosa de su figura. La única relación de este tubérculo con la belleza estuvo plasmada en “la galletita de jengibre” de Shrek, con la que se cometieron diferentes actos vandálicos hasta partirla sin piedad en el último episodio.



Pero cuando uno ha sorteado la trampa de la fealdad, encuentra en el jengibre una suerte de especia filosofal, capaz de transformar comidas y de acorralar malestares como si fuera una creación de la alquimia. Lo comencé a saber el día que mi mamá sirvió un arroz en el que se deslizaba un sabor picantico de grata acidez, arrasado en el acto por los comensales. “Es que lo hice con jengibre”, dijo, y nos lo mostró, recibiendo a cambio la incredulidad rampante de quienes pensamos que era imposible que un sabor tan rico saliera de una cosa tan espantosa. Sin embargo, el jengibre se quedó, extendiéndose a muchas preparaciones con resultados igualmente sabrosos, sin que, como el ajo, perturbe el aliento y espante cónyuges.

Pensé que sólo servía para eso, hasta que un día, por la vía de algún dolor articular, me llegó la noticia de que podía utilizarse como compresa y aliviar la molestia, primer eslabón de una larga lista de beneficios que comprendían el alivio de la tos, la remisión de las migrañas y la atenuación de las náuseas, remedios todos marcados por la definitiva animadversión del jengibre con el colesterol.

Y ahí pudieron parar sus maravillas, hasta que en una reunión con negociantes venidos de la China conocí otra particularidad del tubérculo. Era la hora del almuerzo y habíamos pasado al menú de las pendejadas, sazonado con las sonrisas permanentes y hasta tontas que implanta casi toda comida en la que está atravesado un interés.

Llegados al tópico de la caída del cabello, uno de los chinos va soltando esta perla en un español de lástima: “para eso está el jengibre”. Y entonces se dio a la tarea de explicar que es milenario el uso de su esencia para prevenir la alopecia y mantener sedoso y abundante ese recurso no renovable que es el pelo.

Hay más cosas, incluido el té, marcado por el preaviso no confirmado de su efecto en la tensión, y claro, su uso como afrodisiaco, experiencia de la que no puedo dar fe porque para eso está la infusión de ortiga endulzada con miel, de cuyo poder paralizante hay suficientes secuelas. Originario de Asia, el jengibre está acreditado por milenios de uso y recomendado por la medicina tradicional china y el ayurveda, para que no crezca la suspicacia de que esta historia me la estoy inventando porque me quitaron el tema de la lechuza.

Perú ha venido aumentando sus exportaciones de jengibre (kion) en porcentajes de centenas, principalmente a Estados Unidos, pero sin hacerle competencia a India y a China.
Colombia podría intentar la extensión de este cultivo no tradicional, buscándole aplicaciones alimenticias y medicinales. Por ahora, dejo mi homenaje al jengibre, situado en el terreno de esos seres de los que no esperamos nada y lo dan todo.

Fuente: ( Portafolio )

LO MAS LEIDO