La investigación de las algas gana fuerza en el sector privado y académico, a medida que se revela su potencial, afirma en esta columna exclusiva el periodista Mark Sommer
La primera y más simple forma de vida, las algas prometen convertirse en un recurso fundamental para el futuro del planeta como base de un biodiésel de gran calidad que –al contrario del maíz—no desvía alimentos humanos.
Y no son sólo combustibles. Son alimento animal y humano –pensemos en la proteica y vitamínica spirulina—y el componente esencial de una amplia gama de plásticos biodegradables para reemplazar a los producidos a partir de hidrocarburos.
Las algas hacen todo eso mientras crecen absorbiendo prodigiosas cantidades de dióxido de carbono, el gas de efecto invernadero que más necesitamos reducir de la atmósfera para frenar el cambio climático.
Por ahora no son una prioridad en la investigación y desarrollo de los países ni de las grandes empresas, pero están ganando fuerza en el sector privado y académico, a medida que se revela su potencial.
Ya hay gigantes de la energía investigado sobre ellas como subproductos del desarrollo del llamado “carbón limpio”, puesto que absorben el dióxido de carbono que genera la quema de ese mineral. Pero el carbón no es más que algas de 500 millones de años de antigüedad.
Entonces, ¿por qué no dejar de buscar carbón escarbando montañas, y dedicarse en cambio a cultivar algas de rápido crecimiento y gran absorción de dióxido de carbono?
No es un sueño distante. Un factor que pone a las algas por encima de casi todas las opciones energéticas, convencionales o alternativas, es su simplicidad, ubicuidad y disponibilidad.
Los investigadores sostienen que, si bien subsisten obstáculos técnicos para una producción a gran escala de bajo costo en varios de sus usos, ninguno parece infranqueable.
Gracias a su capacidad de enorme crecimiento, las algas en cultivo no requieren control estrecho. Su florecimiento es natural, pero se incentiva con la contaminación química y agrícola.
La eutrofización asfixia ríos y arroyos y afecta la vida acuática y marina, pues bloquea el flujo de oxígeno, un proceso conocido como hipoxia. Es un problema grave, que debe considerarse en los cultivos de algas que se hacen en espacios abiertos, en lugar de ambientes controlados como los biodigestores, donde se produce el biodiésel.
Pero, al contrario de una reacción nuclear en cadena, incluso si la proliferación de algas se vuelve excesiva, sus consecuencias no se acercarían siquiera a la gravedad de una fusión atómica.
En una visita a ENN Group, una firma china de energía situada a una hora de automóvil desde Beijing, este corresponsal recorrió un laboratorio donde los científicos desarrollan microalgas para una variedad de usos, como parte de un proyecto de riesgo compartido entre ENN y Duke Energy, una de las mayores prestadoras de servicios públicos de Estados Unidos.
En un soleado invernadero con paredes cubiertas de tuberías de cristal por las cuales circula un fango verde, el jefe del equipo de algas de ENN, Liu Minsung, señaló una hilera de tubos transparentes conteniendo sustancias de diferentes colores y consistencias y levantó una por una.
“Ésta es una microalga en forma pura. Experimentamos con diferentes formas de microalgas y criando nuevas variedades para desarrollar aquellas que más fácilmente se adaptan a nuestros propósitos”, dijo.
Entonces, levantó otro tubo. “Esto es aceite vegetal, muy puro, sin sabor, muy bueno para usted”. La dejó y tomó otra. “Esto es alimento animal, muy nutritivo”.
“Esto es biodiésel”, siguió Liu. “Se puede usar como combustible de vehículos automotores, barcos y jets”. Las “oleo-algas”, como las llaman algunos, se refinan en un proceso muy barato y ya establecido.
Liu siguió adelante. “Y éstas son la base de los bioplásticos. Podrían reemplazar todos los plásticos que hoy obtenemos del petróleo”. Y son biodegradables.
“¿Cuántos años se necesitan para que todo esto sea viable comercialmente?”, pregunté. Reflexionó un momento, como si consultara su agenda. “Consúltenos el año próximo”, respondió.
En efecto, el año próximo. En 2012, la marina de guerra de Estados Unidos lanzará lo que llama el Grupo de Combate Verde, una flotilla de barcos que funcionarán con una mezcla llamada diésel hidroprocesado renovable: mitad algas y mitad combustible naval destilado OTAN F-76.
Para 2016, la marina prevé lanzar la Gran Flota Verde, un grupo de combate de portaaviones conformado por buques híbridos eléctricos, aviones propulsados por biocombustibles, incluso de algas, y –ya no tan verde—barcos nucleares.
Las algas constituyen un círculo completo de innovación porque sirven a varios usos simultáneos, siguiendo una dinámica más bio-lógica que tecno-lógica.
Las soluciones técnicas se han vuelto tan complejas y costosas que, como sucede con los teléfonos inteligentes, una plétora de aplicaciones no esenciales terminan abrumando la capacidad básica.
Como toda “solución”, las algas tienen indudablemente lados oscuros que debemos descubrir. Pero el mayor riesgo, como el del automóvil eléctrico, es no desarrollarlas.
Usted puede criar sus propias algas, ya que crecen en todos lados, excepto en el Ártico. Si la ciencia se dedica no sólo a la gran escala, sino a la pequeña, las comunidades locales podrían cultivar sus propias granjas municipales de algas y obtener nuevas fuentes de ingreso y combustibles para sus máquinas y motores.
La vida en la Tierra empezó con las algas. ¿Podrán ayudar a rescatarnos de nuestro dilema energético?
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