El turismo ecológico constituye una importante, novedosa y rentable actividad con repercusiones favorables para la economía local y nacional. Se ha caracterizado por ser una operación dirigida a un público con interés en la naturaleza y su objetivo es interpretar la estructura y funcionamiento del medio natural y disfrutar de los elementos étnicos, geográficos, históricos, culturales y ambientales de las colectividades humanas.
El ecoturismo es una modalidad de turismo que ha crecido en el mundo y en esta parte del continente, en tiempos recientes. Fenómenos como el calentamiento global han contribuido para tomar conciencia del valor del ambiente y de las formas de conservarlo, mediante mecanismos inteligentes de aprovechamiento como el comentado en esta nota.
El ecoturismo ha evolucionado rápidamente de un pasatiempo para algunas personas selectas a una alternativa perseguida por muchos. Los involucrados en esta modalidad de turismo están notando una demanda creciente por las giras, recorridos y viajes especializados hacia localidades poco usuales, como parte de un aumento de la demanda nacional e internacional.
Como todo quehacer humano, el turismo ha causado considerables perturbaciones en las áreas naturales. Suelos maltratados, vegetación aplastada, ciclos de migración y reproducción perturbados y fuentes de agua contaminadas son el resultado de un manejo descontrolado. Los turistas han sufrido iguales efectos devastadores al reducirse la calidad de su experiencia por apiñamiento, congestión, deterioro y alteración del entorno.
Además, de los enormes niveles de descoordinación existentes. Autoridades gubernamentales ansiosas de obtener mayores ingresos, empresas privadas carentes de sistemas efectivos de regulación, falta de una estrategia que armonice las exigencias del mercado con la oferta existente y, también, poblaciones locales para quienes esta actividad no representa aún una alternativa sostenida.
Es necesario crear un plan nacional para identificar aquellos sitios que, debido a su significación y rentabilidad, deben ser promovidos y, por lo tanto, limitar e impedir el turismo indiscriminado. Esto debe sustentarse en evaluaciones de la capacidad de carga, posibilidades de generación de ingresos y oportunidades para la educación ambiental, entre otros factores.
¿De qué vale planificar desde las oficinas burocráticas de Lima si las comunidades nativas no mejoran su economía? Tenemos que conciliar intereses, armonizar políticas, custodiar los exponentes naturales, concertar con los operadores y empresarios para incorporar, de manera activa, a la comunidad en el turismo ecológico.
Saliendo de Lima, por la carretera Panamericana Sur, llegamos a la
Reserva Nacional de Paracas (Pisco, Ica). Allí se encuentra esta área natural de una extensión de 335,000 hectáreas. No se requiere mayor agudeza para darnos cuenta de los males que la afectan. Un paseo por sus desiertos y playas permite conocer el desorden en el que se lleva a cabo el “turismo verde”.
Se trata del único lugar en la costa peruana que recibe la mayor cantidad de especies ornitológicas venidas desde Alaska camino a
La Patagonia. Paracas es un “aeropuerto” de aves y, por lo tanto, un atractivo para ornitólogos de diversas partes del mundo. Sin contar con la belleza de su paisaje y la singularidad de su desierto, restos prehispánicos de la
cultura Paracas, acantilados, playas y numerosos encantos de su flora y fauna marina.
Sin embargo, carece de instalaciones adecuadas como miradores, espacios definidos de campamento, recreación, senderos, entre otros servicios para satisfacer las expectativas del visitante. A estas deficiencias debemos añadir la presencia de la zona industrial, urbanizaciones y actividades cuyos impactos contribuyen a la depreciación de la reserva, además de lamentables consecuencias ecológicas.
Los pescadores angustiados por los efectos de la contaminación, invaden el área marina de la reserva para pescar e incluso matar tortugas y lobos de mar. Ellos podrían encontrar en este turismo una opción. “Con una libreta en mano pueden identificar los lugares en donde se hallan las poblaciones de lobos, tortugas, bufeos, etc. y convertirse en guías. Así tendrían un ingreso adicional y contribuirían en la conservación de las especies marinas”, sostiene el ex jefe de la Reserva Nacional de Paracas, el biólogo Carlos Obando Llajaruna.
En este quehacer están comprometidos diferentes sectores involucrados en el proceso turístico. Por un lado, el Estado como promotor y facilitador de las condiciones para que los lugares de atracción cuenten con infraestructura adecuada. De otro lado, los agentes turísticos mejorando e incrementando la oferta y potencializando el tratamiento equilibrado de la zona inmersa en este circuito, contando con sitios de alojamiento y alimentación con una edificación que no altere el hábitat que los acoge.
La inclusión de la herencia cultural puede atraer públicos deseosos de apreciar nuestro pasado histórico y la belleza natural. Hay que impulsar el turismo comunitario y vivencial a fin de desarrollar la capacidad de administración y gestión de las poblaciones rurales; promover su incorporación al mercado de la oferta turística; aumentar sus ingresos y, consecuentemente, su nivel de vida; abordar el conocimiento y difusión de sus riquezas ancestrales y, por lo tanto, brindarle una herramienta autónoma destinada a alcanzar su progreso colectivo.
Debemos tener presente que gracias a las agrupaciones rurales, nativas y campesinas, podemos poner en valor el admirable patrimonio verde, cuya rentabilidad favorecerá a esta representativa población de legítimos custodios de nuestro legado ambiental.
Por Wilfredo Pérez Ruiz
Docente, conservacionista, consultor en temas ambientales, miembro del Instituto Vida y ex presidente del Patronato del Parque de las Leyendas – Felipe Benavides Barreda.
http://www.facebook.com/wilfredoperezruiz
Fuente: ( generaccion )
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