«Desde que cumplí los 100 fui a menos». La lucidez y el aspecto, la elegancia y los análisis contradicen categóricamente las palabras de Alejandro Mesa Monjardín, que celebró el pasado 10 de febrero su cumpleaños número 105 y que ahora esquiva con una sonrisa la pregunta por el secreto de la longevidad. Se la han hecho mucho, sobre todo algún médico «admirado», pero la respuesta sigue en el aire. «Como no sea haber trabajado siempre como un tonto...». Este señor más que centenario que no aparenta su edad ni de lejos, que come de todo y no conoce el colesterol, también conserva memoria de sobra para enumerar las obras que patrocinó cuando fue alcalde de Pesoz y casi puede inventariar todavía, poco a poco, la mercancía muy variada de aquella tienda suya que vendía casi de todo y que sostuvo a su familia desde los años cuarenta del siglo pasado. Ahora, Alejandro Mesa vive en Gijón con una de sus hijas -«tengo cinco y viven todos»- y se alivia de la nostalgia volviendo de vez en cuando de visita a lo que queda de aquella villa que él conoció «fuerte» y que hoy se conserva «muy curiosa y muy limpia» por fuera, pero «completamente vacía» por dentro, lamenta. En este Pesoz distinto, el Comercio Monjardín ya no tendría futuro ni prácticamente «nadie a quien vender nada».
Cuando había clientela y no se daba abasto, los viajantes de paso pedían para comer cualquier cosa que hubiera preparado aquel día Jesusa Mera, su esposa, y el trajín no paraba en la planta baja de la larga casa que heredó y arregló Alejandro. «El bajo era todo tienda» y se convirtió pronto en un negocio muy próspero en el Pesoz descollante de la construcción de la presa de Salime. El edificio estaba, está, junto al antiguo Ayuntamiento reconvertido en botiquín de farmacia, en la travesía de la carretera que acompaña al río Navia de El Espín a Grandas de Salime y que al pasar por la capital pesocense deja a la derecha la plaza de González del Valle y el palacio de Ron. Allí siempre hubo de todo. De abono y alimentos a productos de botica y ferretería, repasa Mesa. «Paquetería, ultramarinos, vinos, licores y cereales», eso se lee todavía bajo el rótulo del establecimiento en un calendario de 1960 que todavía hoy resiste enmarcado en una de las paredes del comedor del hotel As Cortes. «Cuando cerramos, hace unos veinte años, fue increíble el tiempo que tardamos en desvalijar aquello», rememora.
La tienda era bar y la clientela potencial de aquel concejo con más de 2.000 habitantes daba también para alimentar a la competencia: «Había por lo menos otra cantina en el barrio de El Campo», sigue el ex alcalde, y en la plaza ya estaba A Casanova, el chigre-tienda que ha permanecido abierto hasta hoy. La población envejece a marchas forzadas en Pesoz, pero nadie tanto como Mesa. Ya no está prácticamente ninguno de aquellos clientes de fiar a los que se fiaba en el Comercio Monjardín, donde a veces el pago se aplazaba hasta que el comprador cobrase la venta del ternero, y no queda nadie de la quinta de Alejandro Mesa, pero él percibe «mucho cariño» en los regresos esporádicos, cuando su familia extensa llega a Pesoz y, ahora sí, la villa se llena. «Me llenan de abrazos por todos los lados». Cuando cumplió los 100, en febrero de 2006, a la fiesta con pulpeira en el parque de Pesoz «fue todo el que quiso» y pasaron de doscientos. En la Feria de la Ascensión de Oviedo en 2009, fue «Paisano del año» por toda una vida larga y fecunda de entrega y dedicación al medio rural asturiano.
El día de su centenario, el ex alcalde de Pesoz agradeció volver a ver en la villa a Julio Gómez, secretario del Ayuntamiento en la etapa oscura y compleja de malabarismos sin fondos que a Alejandro Mesa le correspondió al frente de la Alcaldía entre los años sesenta y los setenta del siglo pasado. Bregando con la escasez, recuerda, «hicimos puentes, fuentes, alumbrados, pistas, cosas que todavía hoy se ven», incluido el edificio del Ayuntamiento, que sigue en uso. En aquel momento de los años sesenta y setenta, con Pesoz mucho más lejos que hoy, había todavía muchísimo que hacer y para hacerlo no sabe si menos tiempo o dinero. Pero aun así son de entonces, enlaza, «el abastecimiento de agua a Villarmarzo y Pelorde, donde todavía las mujeres bajaban a lavar al río, y el puente y la carretera a Lijou y Brañavieja...». Por eso recuerda exactamente la cifra de aquella subvención de la Diputación, que «nos dio 10.000 pesetas por familia fundamentalmente para hacer baños en las casas, porque todavía en aquel momento hacían mucha falta. Era poco, pero ayudaba». Otra cuestión fueron siempre las carreteras, que todavía hoy concentran las peticiones más urgentes de los pesocenses que quedan y «fueron malas toda la vida, igual la de San Martín de Oscos que la de Grandas de Salime». Eso es lo que no cambia nunca en este punto del Occidente que hoy sigue perdido entre las curvas de la AS-12, donde siempre se han multiplicado las dificultades, donde algunas veces hay vecinos que envejecen mejor que sus pueblos.
Fuente: ( ine.es )
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