José Jesús Benítez (CSIC) y Antonio Heredia (UMA), investigadores principales del proyecto, incentivado por la Junta con 137.000 euros, indican que se eligió el tomate por la tradición del grupo de la UMA en el estudio del rajado del fruto antes y después de la recolección. Éste es un factor que afecta muy negativamente al control de calidad de las exportaciones de variedades como el tomate cherry por parte de agricultores del sureste andaluz. Y así comenzaron a investigar la estructura de la piel, descubriendo que el responsable era la cutina, un tejido a modo de esqueleto que la mantenía firme y consistente.
La cutina es el principal componente de la epidermis de muchos frutos, y no sólo del tomate, un biopolímero cuya función principal es la de regular la salida de agua, además de proteger al vegetal del exterior. Dada su uniformidad química, se comenzó a sintetizar en el laboratorio dando lugar a un material anaranjado y sedoso al que, posteriormente, se le realizaron pruebas, comprobando que podría servir para crear plásticos biodegradables (en un año aproximadamente, aunque depende de las condiciones atmosféricas) y 100% reciclables. Este descubrimiento, para el que ya se ha solicitado patente, cuenta con una ventaja clara sobre los plásticos de fécula de patata o almidón de maíz: no repercute en la cadena alimentaria (lo que supone una ventaja clara para su producción en países del Tercer Mundo, por ejemplo) y tampoco hay que manipular cosechas genéticamente, sino que basta con utilizar los desperdicios generados, por ejemplo, por una fábrica de zumo de tomate.
La investigación centra su aplicación en dos ámbitos: alimentación y salud. Por un lado, al ser un plástico inocuo evitaría el traspaso de tóxicos al organismo provenientes de envases tradicionales. Y por el otro, su color anaranjado podría servir para proteger de la luz y, por tanto, para envasar medicamentos sin riesgos, tampoco en este caso, para la salud de los consumidores. Además, Benítez destaca que podría ser la solución al problema del plástico en los invernaderos almerienses, dado que la degradación del plástico a partir de cutina serviría de abono a cosechas posteriores.
Varias empresas ya están a la espera de que el equipo de investigadores estime los costes, que se abordarán a través de un nuevo proyecto de excelencia solicitado a la Junta por valor de unos 250.000 euros y que les permitirá diseñar una planta-piloto para su producción en colaboración con el Centro Tecnológico del Plástico (Andaltec).
La compañía IBC, de Algeciras, dedicada a la fabricación de bolsas de bioplástico compostable, ha sido una de las primeras interesadas en la futura patente. Incluso una compañía de cosmética de alta gama contactó con el grupo de investigación interesada en envasar cosméticos de forma responsable con el medio ambiente.
Las posibilidades son ilimitadas, no sólo por la cantidad de vegetales que pueden utilizarse para extraer el biopoliéster, sino por los diferentes usos que pueden darse al mismo, y que pasan incluso por hacer un envase que se degrade cuando cumpla la fecha de caducidad del producto, asegurando la frescura del alimento al consumidor.
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