Crónica de un viaje a un paraíso natural
"Por fin, después de muchos años conseguí convencer a una amiga en 2008 para lanzarnos a descubrir la cultura y las maravillas naturales venezolanas en una aventura de un mes en plan mochilero. Cuando llegamos todo era como me imaginaba; los colores vivos en las casas y la vestimenta de la gente, la música chisporroteando por todos lados y esa naturaleza virgen que impresiona y te deja sin habla. Nunca había visto tantos arboles juntos en mi vida ni aguas tan azules y cristalinas, llenas de peces de colores y corales de formas tan diversas.
Sin embargo, nos sorprendió comprobar que la gente local no le daba mucha importancia a la gran riqueza natural que les rodeaba. Para ellos era algo que habían visto siempre y no admiraban de la misma forma que nosotras. Me dio mucha pena contemplar cómo la gente adulta se sentaba en los corales junto a sus hijos, destruyéndolos poco a poco y tirando sus latas de cerveza por encima del hombro. Nos extrañó ver que casi nadie se ponía las gafas de bucear para admirar la vida bajo el agua, su colorido y diversidad. Si lo hubieran hecho habrían visto lo que estaban provocando tanto ellos como los que les habían precedido. Entre las rocas y la barrera de coral se amontonaban un sinfín de botellas, plásticos y latas que daban un aspecto deplorable a tanta hermosura natural. En la orilla, las madres quitaban el envoltorio de los caramelos para los niños, arrojándolo al suelo, sin pensar en que estaban contaminando y dando un mal ejemplo a sus hijos. A su vez, no había ninguna papelera a lo largo de la playa donde se pudieran arrojar los desperdicios, hecho que dificultaba la prevención de contaminación.
Y fue así cómo me decidí a cambiar mi carrera profesional. Descubrí que necesitaba trabajar en la concienciación ambiental y en el desarrollo sostenible, ya que es la única manera en la que el ser humano puede vivir en armonía con la naturaleza, respetándola y protegiéndola de forma que las generaciones futuras tengan la oportunidad de disfrutar de las mismas maravillas que nos rodean todavía hoy en día.
Volví a Venezuela a estudiar un Doctorado en Desarrollo Sostenible. Ya llevo dos años viviendo y visitando el país, recogiendo observaciones en todos los lugares que visito para intentar encontrar una solución a los desastres ambientales que voy observando.
En las playas, la basura, en forma de plásticos, botellas, latas e incluso excrementos se acumulan como consecuencia de la gran afluencia de campistas y excursionistas a las mismas. Antes de poder tumbarte a disfrutar del sol es necesario retirar todos los desperdicios de la zona a ocupar. También existen industrias que vierten sus aguas residuales ricas en metales pesados al mar, produciendo multitud de enfermedades en los ecosistemas marinos y por ende en la población local.
En los parques naturales he visto lanzar botellas de cristal desde los coches, lo cual además de contaminar el ecosistema aumenta el riesgo de incendios, que acaban con la biodiversidad de la zona y las viviendas de la población local.
En la ciudad, la tala indiscriminada de árboles deja desnudo y seco al suelo, lo cual en caso de precipitaciones fuertes, como ocurrió a finales del año 2010 con el fenómeno La Niña, tiene como consecuencia los desplazamientos de tierra y los derrumbamientos de las viviendas más pobres de los barrios de Caracas.
Así, al final la Tierra nos devuelve el daño que le hacemos. Y a veces el precio a pagar es el más alto; la muerte.
Es imposible que un país se desarrolle de forma correcta sin contemplar las tres dimensiones del desarrollo sostenible; la económica, la social y la ambiental. Es esencial que exista una concienciación de la sociedad en materia ambiental a todos los niveles y dirigida a todas las edades. Nunca es tarde para comprender al sistema donde vivimos. Se lo debemos a los que están por venir; ellos también tienen derecho de maravillarse como yo lo hice en su día al llegar a este hermoso país, llamado Venezuela".
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