Más de 200 científicos analizan la codiciada fórmula de la longevidad. En España viven ya alrededor de 10.000 centenarios. Se trata de una población “imparable y en aumento”, según los expertos.
Las enfermeras no encuentran por ningún lado a Gustavo. “Estará por ahí corriendo”, bromea una de ellas mientras prepara la medicación para el resto de ancianos. Lo asombroso es que, en realidad, no se trata de ninguna burla. Gustavo aparece por sorpresa por uno de los pasillos de la residencia empujando la silla de ruedas de su mujer como si de tratara de un auténtico atleta. “Estábamos dando un paseo”, dice sofocado.
Gustavo Cibeau tiene nada más y nada menos que 101 primaveras. “Nací el 5 de noviembre de 1909”, recuerda perfectamente. El mismo año que se presentó al público por primera vez el cine en color o se beatificó a Juana de Arco. Sus ojos chispeantes, aunque nublados por un ligero glaucoma –su único achaque–, su tremenda agilidad y un rostro casi limpio de arrugas esconden a la perfección su más de un siglo de vida. “¿Que cuál es mi secreto? Hago gimnasia todos los días, incluso flexiones, porque pasear se me queda corto. Y sigo al lado de mi mujer después de 70 años de casados. Estamos muy unidos”, cuenta orgulloso.
Gustavo forma parte del privilegiado grupo de personas que consigue superar los cien años de edad. En España no son muchos –alrededor de 10.000–, pero su experiencia vale oro. Algunos han sido testigos de muchos de los acontecimientos que hoy estudiamos en los libros de texto, y otros, directamente, los han protagonizado.
Al conversar con Gustavo no se adivina ni un atisbo de demencia. Recuerda a la perfección su infancia, sus bailes en el Hotel Palace y los tres años que pasó en Salamanca en el Regimiento de Caballería durante la guerra civil. Y habla de su mujer, de la que no se separa, con la misma dulzura y cariño que la de un recién enamorado. “Mire usted, a mí me ha gustado siempre trabajar sin meterme con nadie. Ahora yo me veo bien, no me duele nunca nada”, relata.
Su vitalidad y fortaleza es asombrosa. Sin embargo, parecen ser rasgos habituales en las personas que consiguen alcanzar los cien años. Varios estudios indican que el 50% de los centenarios es independiente y no se encuentra discapacitado.
Para analizar más detalles sobre este peculiar grupo de ancianos, más de 200 médicos y científicos españoles se han agrupado con el fin de descifrar la codiciada fórmula de la longevidad. El proyecto Renace, liderado por la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), no sólo realizará un registro de los centenarios que hay en nuestro país, sino que analizará su ADN, su sangre e, incluso, su cabello, para hallar pistas sobre la ansiada receta de la eterna juventud.
Genética y ambiente
Gustavo nunca fumó, siempre se mantuvo ocupado en sus tiendas de paños de Villaviciosa de Odón y, como él mismo dice, “nunca tuvo problemas”. Un estilo de vida saludable y una dieta adecuada favorecen la longevidad. Pero no son los únicos factores. Cada vez son más los científicos que creen que los genes tienen mucho que ver en la perpetuidad. “Se cree que los centenarios tienen los telómeros –extremos de los cromosomas cuya longitud determina los años de vida– más largos que el resto de personas”, indica Jesús Pintor, catedrático de bioquímica de la Universidad Complutense.
La contaminación, el declive de la dieta mediterránea y el abuso de los tóxicos está poniendo en riesgo la esperanza de vida de las generaciones del futuro. “Aunque la ciencia avanza, los humanos estamos dando marcha atrás”, destaca Pintor. Por eso, muchos expertos creen que en realidad los centenarios “están en vías de extinción”.
Sin embargo, hay quien discute esta premonición y la atribuyen a mitos no contrastados. “Nuestros abuelos fumaban como descosidos. Antes no abusaban de la carne, pero porque sólo tenían para patatas. Ahora habrá mucho estrés, pero por lo menos no tenemos que ir a la guerra”, sostiene Eduardo Costas, catedrático de genética. De hecho, hay estudios que indican que en 2050 la cifra de centenarios podría llegar a los 50.000. “Es una población en aumento e imparable, y que sin duda hay que estudiar”, agrega el doctor Juan Martínez, director del proyecto Renace, que informa de que ya se habla de la cuarta edad.
Más mujeres
En el año 1950, la posibilidad de que una mujer cumpliera 80 años era tan sólo de un 15%. Bautista aparece por el pasillo en su silla de ruedas con una calma y una templanza difícil de expresar. A través de los gruesos cristales de sus modernas gafas de pasta se intuyen unos ojos repletos de sabiduría, la propia de cualquier persona sobre la que pesan 102 años. Esta anciana, que no tiene más familia que unos sobrinos, arquea las cejas cuando se le pregunta por su secreto para vivir tantos años. “Yo no me echo ni cremas ni nada. Tampoco voy nunca al médico. Me he caído dos veces, pero mi doctora me dice que tengo los huesos como los de un toro”, cuenta.
Las mujeres tienen cierto enchufe con la longevidad. De hecho, por cada hombre centenario hay dos mujeres que consiguen llegar a esta edad. “Tradicionalmente se pensaba que la mayor esperanza de vida de las mujeres se debía a que no iban a las guerras ni hacían trabajos pesados. Pero esta teoría se está quedando anticuada”, destaca Pintor.
Bautista enseña orgullosa la placa que la Residencia Reina Sofía de Madrid, donde vive, le regaló tras cumplir los cien años. Sabe que su caso es excepcional y, por eso, se siente muy “afortunada”. “Aquí he tenido amigas, pero todas se me han muerto”, afirma resignada. Y es que Bautista es la envidia de muchas de sus compañeras: puede comer de todo, no tiene ninguna enfermedad y sólo tiene que estar pendiente de una pastilla diaria que le protege el estómago. “Probablemente, todas estas personas tienen una base genética que les protege de las enfermedades que conducen a la muerte”, sostiene Juan Antonio Trigueros, responsable de la Fundación para la Investigación y Formación de la SEMG.
Bautista recuerda su infancia con cierta melancolía. “Me acuerdo mucho de mis abuelos y de mis amigas”, cuenta emocionada. Ahora, espera tranquila y sin ningún temor a que le llegue su día. “¿Qué qué echo de menos de mi juventud? La libertad”, afirma sin titubear, mientras que su rostro, aún repleto de vida, se le ilumina.
0 comments:
Publicar un comentario