domingo, 3 de julio de 2011

Cambia el negocio de la biotecnología

“En todos los laboratorios hoy hay una revolución postransgénica”. Miguel Rapella, director ejecutivo de la Asociación de Semilleros Argentinos (ASA) describió así en Biotech Forum el estado de la biotecnología, una disciplina que a esta altura marcha a dejar como un hito del pasado los polémicos y revolucionarios descubrimientos de las plantas transgénicas.



   Explicó que la ingeniería molecular, la construcción de genotipos y la ingeniería genómica caracterizan una nueva etapa de la ciencia que transforma paradigmas y supera las fronteras entre las disciplinas y actividades que participan del mejoramiento vegetal. Un tema que en Argentina no es menor, no sólo por el impacto de estas tecnologías en el sector agroindustrial sino por el desarrollo de una industria local vinculada a la manipulación de organismos vivos.

   En la industria semillera, principal destinataria de las reflexiones que se llevaron a cabo en el auditorio de la Bolsa de Comercio de Rosario, las primeras consecuencias de estas transformaciones científicas se ven en la dilución de los límites entre los distintos métodos de mejoramiento de las semillas: el convencional y el asistido por las nuevas herramientas biotecnológicas.

   Una tendencia que, sin inocencia, puso Rapella sobre la mesa al subrayar que pondría en tensión las diferencias entre el marco legal que protege las patentes biotecnológicas y la legislación que protege los derechos del obtentor y regula la conservación y uso de los recursos genéticos.

   A nivel general, la agro biotecnología saltó a la fama cuando se logró introducir en las plantas genes de otras especias que expresaban alguna propiedad. La soja resistente al herbicida glifosato fue la vedette en la Argentina.

   Durante años, la discusión sobre esa práctica científica y sus múltiples derivaciones legales, políticas, económicas y sociales giró en torno de esa suerte de alquimia transgénica. Situación que, entre otras cosas, mantenía como tareas diferenciadas a estas investigaciones, generalmente en a cargo de grandes firmas multinacionales con capacidad financiera, del arte de la industria semillera local para lograr que ese “software” se exprese en el cultivo.

   Sobre este punto llamó la atención Rapella. Dijo que al mismo tiempo que los organismos genéticamente modificados van camino a convertirse en genéricos, el mejoramiento vegetal se va solapando como disciplina con las más modernas técnicas de laboratorio.

   Recordó, en ese punto, las diferentes eras del mejoramiento vegetal. Desde la domesticación de las primeras plantas 10 mil años antes de Cristo; pasando por la era fenotípica inaugurada en 1870 con la formulación de las leyes de Mendell y la era fenogenotípica asociada, cien años después, al desarrollo de los primeros marcadores; hasta llegar a la “era genómica”, caracterizada por el mapeo y secuenciación del genoma.

   El investigador subrayó que este salto científico permite hoy trabajar en la construcción de genotipos mediante la selección asistida por marcadores moleculares. Esta metodología abre la posibilidad de “buscar alelos ideales y hacer que se expresen ya no en otra especie sino dentro de una misma planta”.

   El mapeo, la selección de genes de interés, el establecimiento de relaciones entre ellos y el posterior ensamble era hasta ahora una tarea asimilable a encontrar una aguja en un pajar.

En el caso del maíz, apuntó Rapella, una gran empresa maneja más de 9,5 millones de puntos de mapeo.

   Pero gracias a la bioingeniería hoy se pueden automatizar los procesos y sistematizar la información, de modo de mejorar sustancialmente las posibilidades de encontrar el genotipo ideal. Eso permite, a través de una “simulación programada” reemplazar el tradicional ojo del breeder. Y, así, en el campo “sólo se prueba lo que salió en el laboratorio”.

   El investigador subrayó que hoy “hay muchos híbridos que se arman con construcción genómica”.

   En este punto, las tradicionalmente delimitadas tareas de mejoramiento convencional, asistido y transgénesis comienzan a converger. Y es por la lado del uso de marcadores por donde sopla el viento. “La transgénesis fue superada por la ingeniería genómica, hoy se pueden crear plantas sin adicionar un gen exterior, sino con un gen nativo potenciado”, describió.

El marco legal. El directivo de ASA puso sobre la mesa las consecuencias que este salto tecnológico tiene sobre el marco legal que regula el comercio de patentes de invención y el de semillas.

   La pelea política y legal en el mercado semillero es un clásico del actor agrícola que tuvo su clímax antes del conflicto de la 125. La discusión dejó de un lado, en aquel entonces, a los productores, y, del otro, a la industria semillera. Pero, a su vez, se trazó otra línea divisisoria entre productores y semilleros locales con la gran multinacional del sector, Monsanto.

   Dos o tres temas estaban en cuestión. Los semilleros buscaban cobrar, más allá de la venta de cada bolsa, un plus por el desarrollo tecnológico de los cultivares que sacó al mercado. Los productores buscaban preservar el derecho del agricultura a resembrar su propia semilla, el llamado uso propio, aún cuando esa excepción consagrada en la ley de semillas fuera el argumento utilizado por la industria para explicar el aumento del mercado de no certificada, o bolsa blanca. Finalmente, Monsanto buscaba cobrar a toda la cadena una patente, calculada en una tasa sobre el producto final, por los eventos transgénicos que fueron licenciados a los semilleros locales.

   Esa discusión terminó con juicios internacionales y luego fue sepultada en el maremagnum del conflicto agropecuario. Despejada ahora aquella discusión de las retenciones, volvió junto con una serie de conflictos intersectoriales que habían quedado congelados. Y de la mano de la promesa de la industria semillera de liberar al mercado una nueva generación de productos biotecnológicos.

   Esa discusión formó parte del temario de Biotech Forum, y Rapella delineó la visión de esa industria. Básicamente, recordó que hasta ahora la legislación diferenciaba entre la defensa de la propiedad intelectual de desarrollos científicos que se pueden considerar inventos, y la defensa de los derechos del obtentor, cuyo campo de acción eran los recursos genéticos y el mejoramiento tradicional.

   Para el directivo de ASA, cada vez más “las herramientas de mejoramiento vegetal cada vez quedan más enmarcados en el derecho a la protección de la propiedad intelectual”, que se traduce en el cobro de patentes a los usuarios de esa tecnología.

   Advirtió que en los próximos años, en la medida en que los eventos biotecnológicos se conviertan en genéricos, la industria semillera irá adquiriendo características de la industria farmacéutica, en cuanto a su régimen legal.

   Y se preguntó, en este contexto, hasta cuándo se puede mantener el “doble sistema de protección legal del derecho del obtentor y de patente. Y a partir de allí, cómo se redefinirán los conceptos de patentabilidad de un gen (lo cual hoy no es posible), por ejemplo, cuando sea potenciado por el mecanismo de construcción genotípica.

   Consideró, en ese sentido, que con el desarrollo de la ciencia se necesitarán recurrentes revisiones de los marcos regulatorios y hasta un nuevo tipo de profesional.

La industria local. La discusión sobre el rumbo de la biotecnología tiene en Argentina un doble sentido. Porque es uno de los mercados consumidores más activos del mundo pero también porque es uno de los pocos sectores industriales que demostraron un desarrollo autónomo capaz de competir a nivel internacional. Roberto Bisang, economista de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad de General Sarmiento, comenzó a realizar un seguimiento sistemático de este sector desde el año 2000, supliendo en gran medida la falta de datos oficiales.

   El resultado de sus investigaciones reafirma el importante grado de desarrollo alcanzado en el país en la materia. “Claramente, Argentina no perdió el tren de la biotecnología, y con un poco más de inversión el salto que se puede dar ese enorme”, dijo.

   Bisang y su equipo relevaron 120 empresas comerciales en el sector, que facturan anualmente más de 3 mil millones de pesos. Una marca mayor que la de la industria metalmecánica. El sector exporta por 260 millones de dólares y destina anualmente 50 millones de dólares a la investigación y desarrollo. “No es una cifra menor pero también indica otra cosa, que no es inalcanzable en este momento de alto crecimiento económico duplicar ese nivel de inversión”, señaló el economista.

   El mundo de las empresas biotecnológicas responde a particularidades que no son moneda corriente en otros rubros. Por empezar, subrayó el investigador, por la fuerte asociación con el desarrollo científico. “Acá nadie puede hacer una empresa sin pensar que está en mundo científico”, dijo. Esto tiene una serie de consecuencias, como la alta incidencia de mecanismos de asociación con el Estado y el alto porcentaje de “emprendedores” surgidos de universidades e institutos científicos.

   El 48% de las empresas de biotecnología en el país son micro, tienen menos de 10 años y sus dueños tienen menos de 35 años. Este sector, no obstante, concentra el 1% de las ventas. El 8% de las firmas del sector son grandes y concentran el 47% de las ventas. El universo de firmas nacionales de biotecnología involucra desde el desarrollo de inoculantes para el agro, un sector que ha crecido en los ultimos años hasta facturar unos 100 millones de dólares; salud animal, salud humana (Argentina es uno de los mercados más activos en industria farmacéutica); micropropagación; fertilización asistida; insumos industriales (enzimas); semilleras y reproducción animal, segmento en el que desarrollos locales integran el selecto club de la clonación.

   Hacia adelante, explicó Bisang, el desafío está en transformar un conjunto de capacidades que se vienen desarrollando desde hace 50 años, en una verdadea plataforma de interacción público-privada. “A nivel mundial, los nodos de esta red se conforman son espacios semipúblicos”, indicó el especialista, quien abogó por una mayor integración entre las empresas argentinas entre sí y entre estas y el Estado. Explicó que en este negocio, el modo de funcionamiento es la creación de “plataformas” que integran empresarios, investigadores y becarios.

   “Hay en el país al menos 6 plataformas que facturan más de 100 millones de dólares, enfatizó, aunque subrayó que todavía hay mucho que hacer en la construcción de redes. “Este es un sector en el que todavía hay más ideas que proyectos, más proyectos que desarrollos, más desarrollo que productos y más productos que negocios”, concluyó.


Fuente: ( la capital )

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