viernes, 19 de julio de 2013
El origen del miedo a las alturas
Nada se interpone en el camino de un bebé cuando aprende a
gatear y quiere algo. Si está en una superficie elevada y en un descuido se cae,
el golpe no evitará una segunda caída (o varias más). En sus primeros meses de
vida no le tiene miedo a las alturas.
Pero a medida que el tiempo pasa, empiezan a mostrar cautela. ¿Cómo se
explica ese cambio? Un estudio publicado en la última edición de la revista
Psychological Science afirma que la clave esta en la locomoción, es
decir, en la acción que se realiza al trasladarse de un punto a otro.
Un elemento fundamental en este aspecto, según la investigación, es la
"propiocepción", que se define como la percepción visual que tiene el individuo
de su propio movimiento.
Los científicos que analizaron el tema son psicólogos de las universidades de
Berkeley, San Francisco y Nuevo México, en Estados Unidos; de Caen
Basse-Normandie y Paris Descartes, en Francia y de Doshisha, en Japón.
Los expertos concluyeron que la visión periférica juega un papel muy
importante en el desarrollo del miedo a las alturas después de haber hecho
experimentos con bebés que gateaban y con otros que todavía no habían
aprendido.
Uno de los ejercicios realizados consistió en introducir a los pequeños que
no gateaban en go-karts (pequeños vehículos de cuatro ruedas) que el
equipo manejaba con un control similar a los de juegos electrónicos. Después de
estar expuestos a esta actividad durante tres semanas, los bebés fueron
colocados en el borde de una superficie de poco más de un metro de altura.
El resultado fue que el latido del corazón de estos infantes se incrementó a
cinco por minutos, lo que sugiere que estaban ansiosos. En el latido de los que
no "manejaron", no se registró ningún cambio.
En otro de los experimentos, los bebés estuvieron dentro de una habitación en
la que se movían el techo y las paredes. El objetivo era recrear la sensación de
moverse hacia adelante. Los que estuvieron en los go-karts
retrocedieron, los que no, se movieron mucho menos.
"Esto sugiere que el acto de impulsarse le enseña al cerebro a estar atento a
lo que hay en su campo de visión periférica para ajustar su equilibrio", le dijo
Joseph Campos, uno de los psicólogos que participó en el estudio, a la revista
New Scientist.
Otra prueba realizada por los investigadores fue poner a los bebés que ya
gateaban en la habitación que se movía, y luego cerca del borde de una mesa de
vidrio larga. Quienes tuvieron una mayor reacción en el cuarto que se movía,
tenían dificultades para moverse sobre la mesa y llegar al otro lado, en donde
estaban sus madres.
El hallazgo podría explicar por qué una persona que se asoma en la ventana de
un avión, no siente vértigo. Pero esa misma persona, en un helicóptero, si
podría marearse. En el primer caso, la visión periférica es igual casi todo el
tiempo; en el segundo hay mucho más movimiento.
Fuente: BBC MUNDO
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