sábado, 20 de julio de 2013
Woods Hole, un paraíso para los científicos
Una villa en Massachussetts, Estados Unidos, es el punto de encuentro de miles de científicos que investigan el mar y su biodiversidad. Uno de los centros de investigación del océano más reconocidos del mundo está allí.
Tiene el encanto de un cuento de hadas. La baña el océano Atlántico, pero su actividad gira alrededor de una entrada del mar que luce como laguna —Eel pond—, donde navegan desde veleros y lanchas hasta casas flotantes. Sus angostas calles sin tráfico, sus casas de más de 200 años, su frondosa vegetación y sus 900 habitantes permanentes hacen de Woods Hole una villa romántica y acogedora. Si supiera pintar me quedaría eternidades, porque sus paisajes inspiran e invitan a la contemplación. Pero Woods Hole es una ciudad científica, situada en el sureste del Estado de Massachussetts, Estados Unidos, donde en verano su población crece hasta en unas seis mil personas, principalmente investigadores que, muchas veces acompañados por sus familias, asisten o dictan clases en todas las disciplinas que tienen que ver con el mar y su biodiversidad, con el ambiente y la biomedicina.
En Woods Hole está uno de los centros de investigación del océano más reconocidos del mundo: el Instituto Oceanográfico Woods Hole (WHOI), desde 1930, pero también el Laboratorio de Biología Marina (MBL), que es incluso más antiguo, fundado en 1888. Desde 1875 está presente la Administración Nacional para el Océano y la Atmósfera (NOAA), la agencia gubernamental de investigación, cuyos antecedentes se remontan años antes, con la construcción de un faro guía para los marineros que hoy en día se destaca en la punta este del llamado Pequeño Puerto. Ese Woods Hole que existe en el mapa desde finales del siglo XVIII tenía unas 10 casas, su población, que se dedicaba a la actividad agropecuaria y la pesca, no llegaba a los 70 habitantes.
Lo que cuenta la historia
De esa época data el primer gran invento que registra la región, de acuerdo con Jennifer Gaines, la actual directora del Museo Histórico de la villa: pequeños molinos de viento ubicados en la costa del Pequeño Puerto para producir sal en recipientes de madera donde se evaporaba el agua del mar, proceso lento que les permitía obtener el producto para salar sus pescados. Esa fue la primera actividad industrial. Luego se dedicaron a cazar ballenas para obtener aceite, en el siglo XIX, industria que generó otra relacionada: la construcción de barcos. Luego vino la empresa de guano que, mezclado con el arenque —entonces abundante en esos mares—, producía un fertilizante rico en fosfato y nitrógeno. Si bien esta industria dio impulso a la región a donde llegó el tren —que según Gaines hacía el viaje desde Boston mucho más rápido que los buses hoy en día—, también parece que disminuyó notablemente la pesca.
Así aterriza la ciencia para quedarse en Woods Hole. Llega en cabeza de un reconocido naturalista de entonces, Spencer Baird, para estudiar y solucionar la preocupación de los pescadores; organiza su laboratorio en la casa del faro y comienzan a llegar científicos y estudiantes de diferentes universidades a apoyar las labores de investigación. Ya en 1900 el Laboratorio de Biología Marina era un centro reconocido a nivel internacional; unos 40 premios Nobel se han inspirado en sus laboratorios.
Woods Hole en 2013
Llegué a Woods Hole porque salí beneficiada como becaria de un curso de ciencia para periodistas que organiza todos los años el MBL. Nos mantuvieron ocupados la mayor parte del tiempo en trabajo de campo y de laboratorio, pero eso no impidió que recorriéramos sus rincones, visitáramos sus antiguas casas delicadamente remodeladas, la biblioteca que tiene tesoros como un primer ejemplar de El origen de las especies de Charles Darwin, o del Philosophical transactions de la Real Sociedad de Londres, la primera publicación científica seriada del siglo XVII. Una interesante biblioteca disponible para todos los científicos que, paradójicamente, recibe al visitante con una frase del naturalista suizo Louis Agassiz que dice: “Estudie la naturaleza, no los libros”.
En el Puerto Grande estaba anclado el buque Atlantis, construido en un astillero de Copenhague, Dinamarca, en 1931, listo para zarpar con el submarino Alvin hacia la costa oeste de Estados Unidos para iniciar, remozado, exploraciones científicas a más de 4.500 metros bajo el nivel del mar; un poco hacia el sur el acuario, con una muestra de las especies marinas que actualmente se ven en Nueva Inglaterra, incluyendo el pez león, que también ha invadido esta región; y hacia el norte el museo y la biblioteca general de la villa.
Con vista al Eel pond y frente a la iglesia católica está la casa de las campanas de San José, que doblan a las 6 de la mañana y de la tarde; la más grande llamada Mendel y la pequeña Pasteur, rodeada de un hermoso jardín. Allí me senté varias veces a mirar la laguna, antes de ir a cenar al restaurante Captain Kidd una deliciosa variedad de comida de mar.
En Woods Hole se aprende no sólo en los laboratorios, sino también en las esquinas de las calles y en los pocos restaurantes y cafés, donde es inevitable cruzarse con los científicos que están allí yendo de un laboratorio a otro, o simplemente tomando una cerveza en el bar. Para viajar y aprender sólo hay que buscar oportunidades.
Fuente: El Espectador
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