domingo, 12 de julio de 2015
Cómo el color púrpura cambió la historia
La historia del color púrpura empieza en el hogar de un adolescente que trataba de hacer una droga.
Pero esta historia no es sólo sobre el descubrimiento de la manera de manufacturar un color.
Es la historia sobre cómo ese color transformó la sociedad, de cómo cambió la industria textil y de cómo - cerrando el círculo- dio inicio a toda la industria química moderna.
Una historia de diligencia y audacia; de la desaparición de un estilo de vida y el surgimiento de casas de modas, marcas famosas y gigantes farmacéuticos.
Para el ejército británico en India en el siglo XIX, una ginebra con tónica (G&T) era medicinal.
A las tropas les daban su amarga agua tónica al amanecer, pero los funcionarios se tomaban su medicina en la veranda al atardecer, con un poco de limón y mucha ginebra.
El sabor amargo venía de la quinina -el único tratamiento efectivo contra la malaria conocido en ese entonces- extraída de la corteza de un árbol de Perú llamado quino.
Pero costaba una fortuna.
¿Qué tal si, en vez de extraer ese compuesto de una corteza se pudiera hacer en un laboratorio?
Pues eso precisamente es lo que el héroe de este relato, William Perkin, estaba tratando de hacer en su casa en la Semana Santa de 1856. Tenía apenas 17 años y a los 15 había empezado a estudiar en el Real Colegio de Química.
Su mentor era August Wilhelm Hofmann, famoso por haber descubierto un nuevo campo para la química en un lugar insospechado: era el experto mundial en alquitrán de hulla.
A pesar de ser negro y apestoso, no eran inútil: se usaba para hacer los abrigos resistentes al agua y al destilarlo salían toda clase de químicos, entre ellos el ingrediente clave para teñir las sedas francesas de color amarillo.
Hofmann sospechaba que los químicos del alquitrán de hulla también le servirían para hacer algo más valioso: ese preciado antipalúdico, quinina.
Su idea era que así como el G&T era una parte ginebra y tres partes agua tónica, sabía que el coctel de la quinina era 20 partes carbón, 24 partes hidrógeno, 2 nitrógeno y 2 oxígeno (C20H24N2O2).
La estrategia era tomar un compuesto que tuviera la mitad de esa cantidad de elementos y tratar de pegarlos.
Perkin estaba enterado de esto y decidió intentarlo.
Pero su experimento falló.
Todo lo que pudo hacer fue un color más intenso y estridente que cualquiera de los que había antes. Un color que no sólo provocó una sensación en la moda, sino que fue el heraldo de un giro inesperado en la sociedad.
Hasta ese momento sólo la vida de las clases altas era a color, pues había que contar con dinero de sobra para poder darse el lujo de pagar por ese privilegio.
Eso porque los colores eran naturales y por ende costosos.
Y precisamente ese que Perkin había logrado sin querer, era uno de los más difíciles de obtener naturalmente, por lo que había sido asociado con la realeza.
Lo que Perkin había hecho era crear el primer tinte sintético: la anilina morada, malveína, malva, violeta o púrpura de Perkin.
Pero lo que hizo después es algo que sólo un joven estudiante particularmente osado o insensato haría: le dijo a Hofmann que se iba a montar un negocio haciendo tinte púrpura.
Su mentor se enfureció: ¡su mejor estudiante, abandonando una carrera promisoria en investigación pura para meterse en la industria!
Además, no era que no hubiera tintes púrpura en el mercado. Desde la década de 1830 uno llamado murexida se había vuelto popular, aunque pocos sabían que era hecha con excremento de unas aves peruanas. Otro tinte morado era hecho con el extracto de un raro liquen escandinavo. Los franceses, rectores de la moda, hasta tenían un nombre para esos más bien pálidos violetas: mauve (malva).
Nada de eso le importaba a Perkin: si lo podía hacer en un laboratorio, eventualmente iba a ser más barato, de manera que al final, llegaría a las masas.
Y lo hizo... masivamente.
Aunque nadie parecía compartir su entusiasmo, su padre y uno de sus hermanos le dieron sus ahorros para que construyera su fábrica.
Así nació Perkins & Sons, con un tinte que era más rico y más permanente que todos los anteriores, y fue todo un éxito.
"Me agrada saber que hay furor por su color entre esa clase todopoderosa de la comunidad: las damas. Si les da manía por él y usted puede satisfacer la demanda, su fama y fortuna estarán aseguradas", le escribió John Pullar, un tintorero escocés a quien había consultado tras su primer experimento.
Poco después, los tintes de alquitrán de hulla estaban por doquier: no sólo púrpura sino también verde, rojo, azul, negro.
Había llegado la liberación del color y la moda se volvió más llamativa.
Los colores brillantes habían dejado de ser una exclusividad de los acaudalados. La codificación por colores de las jerarquías sociales estaba a punto de desaparecer.
Para 1860, el color era cuestión de gusto, no de clase.
Aunque la anilina malva fue la que hizo famoso a Perkin, fue el brillante rojo de alizarina artificial el que le aseguró su fortuna. No fue el primero en hacerlo, pero sí el primero en explotar el descubrimiento comercialmente.
A los 21 años ya era millonario. A los 36 vendió su fábrica y retornó al laboratorio.
Pero lo que había hecho por casualidad hacía 17 años en un laboratorio improvisado en su hogar pronto se convirtió en una ciencia exacta: una ciencia de moléculas y cómo hacerlas a la medida, con propiedades predecibles.
"Hubo un momento crucial en la década de 1870, cuando el químico alemán Otto Witt -quien estaba trabajando en Londres- se dio cuenta de que debía haber una conexión entre la estructura de las moléculas y las propiedades que tienen: el color", le dice a la BBC el químico Andrea Sella.
"En ese momento él estaba trabajando con una reacción en la que tomaban dos moléculas y esencialmente las enlazaban, y al hacerlo se pasaba de la ausencia de color al color. Lo que Witt logra hacer es predecir qué color va a resultar y luego ajustar el color cambiando sutilmente las dos mitades".
Gracias a esta idea, Witt pudo producir virtualmente todos los colores del arcoíris.
"Desde ese momento -subraya Sella- se tuvieron las herramientas para construir moléculas y hacer deducciones fundadas de cómo se van a comportar".
Y si se puede predecir el color, se puede predecir casi todo.
Al principio del siglo XX, el Nobel de química Adolf Baeyer, quien -entre otras cosas- sintetizó el índigo, describió los tintes de anilina como "la antorcha que ilumina el camino del explorador en las regiones oscuras del interior de la molécula", y fue William Perkin, dijo, quien encendió esa antorcha.
"La razón por la que Perkin es un héroe es porque su visión estimuló la noción de que se podía empezar a hacer moléculas con la perspectiva de que no fuera sólo un proceso aleatorio".
Los tintes artificiales no sólo transformaron la moda, sino que dieron paso al nacimiento de gigantes químicos, como BASF, el más grande del mundo, cuyo nombre es un acrónimo de Badische Anilin- und Soda-Fabrik o Fábrica badense de bicarbonato de sodio y anilina.
Además, nos dieron las farmacéuticas modernas.
"Es interesante que -particularmente en Europa- los grandes en la industria farmacéutica son de hecho compañías que empezaron esencialmente como coloristas o comerciantes de carbón de hulla de una forma u otra", apunta Sella.
Un ejemplo es la gigante suiza Novartis, que fue creada con la fusión de Ciba-Geigy y Sandoz, todas compañías con un pasado de colores sintéticos.
Esa Semana Santa en la que Perkin accidentalmente hizo el color púrpura lo que realmente estaba tratando de hacer era quinina.
"Ni él ni Hoffman podían haber sabido cuán difícil era esa molécula. Pasaría todo un siglo antes de que Robert Burns Woodward y William von Eggers Doering lograran sintetizarla".
"Pero eso realza el legado de Perkins. Lo que hizo además hace eco en casi toda la industria, pues ahora tenemos la habilidad de hacer plásticos, fibras, fármacos, pinturas, colores... cosas que han revolucionado completamente nuestro mundo y todo proviene de esa idea de que si vas al laboratorio, podrás hacer algo que quieres", subraya Sella.
¿Todo por un accidente cuyo resultado fue un bello púrpura?
No es precisamente cierto y probablemente nunca lo es.
Perkin descubrió su púrpura porque el Imperio necesitaba quinina; porque era un joven astuto que tenía un profesor brillante.
Su color violeta tuvo tanto éxito pues el mundo estaba preparado para él, gracias a la industrialización del comercio textil, por la cultura victoriana de consumo conspicuo, hasta por el gusto que tenía la Emperatriz Eugenia, la muy glamurosa esposa de Napoleón III, por el color malva.
Y el morado de Perkin transformó la química porque ésta estaba lista para ser transformada, pues ya se habían descubierto los compuestos del carbón de hulla, ya existía la idea de que las moléculas tienen forma y que de eso dependen sus propiedades.
Un momento de cambio profundo como éste no sucede por accidente, pero tampoco puede predecirse.
Todo lo que necesita es que alguien ponga las piezas en su lugar.
Y eso es algo que hasta un adolescente puede hacer.
Fuente: BBC MUNDO
0 comments:
Publicar un comentario