Luego de 15 años, los líderes del planeta se reunieron en la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para revisar y evaluar los resultados de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), firmados por las 189 naciones participantes en el año 2000.
El saldo no fue positivo. Algunas metas ni siquiera cubrieron el 50% de sus propósitos, sobre todo las relacionadas con el combate a la pobreza y el desarrollo económico de las naciones más atrasadas. Temas como la salud –específicamente el combate al VIH– y el acceso a la educación tuvieron algunos resultados destacables, pero nada que pueda suponer que se han superado los rezagos en ambas materias.
Las evaluaciones dieron paso a la firma de nuevos acuerdos y objetivos en los que confían las naciones firmantes; se podrán obtener mejores resultados que su versión anterior. Bajo el programa 20-30 surgieron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que buscan –al igual que los ODM– reducir las brechas de desarrollo entre los países.
Los ODS están fundamentados en tres acuerdos que conforman los objetivos y programas sobre los que se debe trabajar de aquí al año 2030.
- Los acuerdos de Nueva York, que fundamentan la agenda para el desarrollo sostenible.
- Los acuerdos de Adís Abeba, que establecen como eje principal el impulso al financiamiento para el desarrollo de las naciones y la vigilancia y regulación de los paraísos fiscales.
- Los acuerdos de París de la COP21, enfocados en la mitigación de los efectos del cambio climático.
Las principales acciones de los ODS están centradas en las personas, el planeta, la prosperidad, la paz mundial, y la importancia de las alianzas para generar trabajos de cooperación. Pero la realidad, como lo mencionaba Pablo Yanes, coordinador de investigaciones de la Cepal, durante un seminario, los ODS son un programa aspiracional, aunque no por ello inalcanzable.
La realidad nos dice que aunque existen grandes propuestas de parte de las naciones participantes, aterrizar la mayoría de los acuerdos requiere más que algunas naciones interesadas en resolver el tema de la pobreza y el hambre a nivel mundial, pues va más allá de sólo buenas intenciones para hacerlo. Durante los últimos 15 años, por ejemplo, las principales potencias económicas del mundo no lograron ponerse de acuerdo con sus compromisos y responsabilidades para mitigar los efectos del calentamiento global.
La gran expectativa de la reunión de París de diciembre pasado era la posibilidad de hacer vinculantes los acuerdos y compromisos para mitigar las emisiones de CO2, es decir, que tuvieran un carácter jurídico que permitiera sancionar a los países que incumplieran o rebasaran sus niveles de emisiones de gases contaminantes.
Los ODS, señalaba Yanes, deben estar alineados con los objetivos políticos y sociales de cada país, pues son éstos los que deciden a qué temas de la agenda dan prioridad. Centroamérica, por ejemplo, deberá trabajar en temas como la integración económica, la migración y la pobreza, el sistema fiscal, el desarrollo y el fortalecimiento de sus instituciones, y los efectos del cambio climático. En México se han dado algunos pasos adelante y otros hacia atrás en temas medioambientales y de rezago social.
El principal reto de los ODS en los siguientes 15 años debería centrarse en alinear los objetivos de su agenda con los objetivos de la agenda de la economía mundial, pues hoy cada una camina por su lado y es muy difícil suponer que eso se llegue a superar.
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