martes, 3 de mayo de 2016
Catatumbo: el rincón de Venezuela donde caen 1,6 millones de rayos por año
Casi en cualquier otro lugar, hubiéramos estado felices de ver un cielo despejado, lleno de estrellas titilantes.
Pero en el porche del Campo Catatumbo, en el noroccidente de Venezuela, el ambiente era casi tan oscuro como el lago que se extendía frente a nosotros.
No queríamos estrellas. Queríamos nubes espesas, la clase que produce las masivas tormentas de relámpagos que han hecho famoso este rincón de Venezuela.
Conocido como el "relámpago de Catatumbo", este fenómeno meteorológico único presenta los relámpagos más consistentes de toda la Tierra, con flashes que iluminan el cielo casi la mitad del año.
Un grupo de viajeros británicos y yo hemos venido a presenciarlo con Alan Highton, un guía de turistas originario de Barbados.
Por cerca de 20 años, ha estado trayendo a turistas, científicos y documentalistas a ese lugar donde el río Catatumbo desemboca en el Lago de Maracaibo.
Las tormentas de relámpagos son increíbles, dice.
"Es una experiencia tan intensa de la naturaleza pura que la única cosa que se le iguala es viajar a ver las mariposas monarcas cuando llegan por millones al centro de México".
"O ver la aurora boreal. Aunque probablemente el Catatumbo es más confiable", añade.
Aunque los relámpagos no parecen respaldar tal afirmación esta noche, Highton es optimista acerca de nuestras posibilidades de ver el fenómeno durante nuestra visita.
Esperamos que tenga razón, ya que llegar aquí no fue nada fácil.
Salimos de la ciudad de Mérida, en los Andes venezolanos, en un trayecto por carretera de 150km al puerto pesquero de Puerto Concha.
Después siguió un paseo en bote por el río Caño Concha, a través de los bosques tropicales y los pantanos del Parque Nacional Ciénagas de Juan Manuel.
En el camino, nos maravillamos los tucanes y sus largos picos, las iguanas verde brillante y los curiosos monos capuchinos, y nos pasamos las últimas dos horas navegando a toda marcha por la vastedad vidriosa del Lago de Maracaibo hasta llegar al palafito (casa sobre el agua) de Highton, grandiosamente denominada "Campo Catatumbo".
Aquí, una fina línea de arena, matorrales y palmas separa la costa sur del Lago de la Laguna de Ologa, donde unas 30 casas de zinc corrugado de colores brillantes conforman el pequeño pueblo pesquero del mismo nombre.
Construidas sobre pilotes, algunas de las rudimentarias edificaciones están coronadas por antenas de televisión satelital. Con todo, la escena parece congelada en el tiempo.
De hecho, fueron estos palafitos los que llevaron al explorador florentino Américo Vespucio a describir el lugar como una "Pequeña Venecia", dando origen al nombre de Venezuela.
El estatus de Catatumbo como capital de las tormentas eléctricas del mundo fue reconocido oficialmente en enero de 2014, cuando el Libro Guiness de los Récords lo incluyó como el lugar con "más alta concentración de rayos en el mundo".
Kifuka, una localidad de la República Democrática del Congo, produce la impresionante cifra de 158 relámpagos por kilómetro cuadrado por año: Catatumbo destruye ese record con 250 rayos por kilómetro cuadrado, y el asombroso promedio de 1,6 millones de relámpagos por año.
La mayoría de expertos estima que hay rayos sobre Catatumbo entre 140 y 160 noches al año, con flashes que pueden verse entre 7 y 10 horas cada vez.
Los meteorólogos todavía no han identificado las razones por las que en Catatumbo se producen las tormentas eléctricas más persistentes del planeta, pero la teoría más aceptada dice que vientos procedentes del Caribe soplan aire caliente sobre las aguas salobres del Lago de Maracaibo antes de chocar con aire frío de los Andes.
Highton dice que imágenes de satélite de la NASA han registrado dos epicentros de tormenta que contribuyen a los rayos: uno sobre el río Catatumbo, que generalmente comienza al atardecer, y otro –aún más grande– sobre la costa suroccidental del Lago de Maracaibo, que comienza más tarde en la noche y produce los brillantes relámpagos blanco azulado cerca del Campo Catatumbo.
A veces, los rayos caen muy cerca. En noviembre de 2012 el pararrayos en la casa de Highton fue impactado directamente.
"Hubo un ruido ensordecedor y un resplandor y mis visitantes quedaron en shock, pero nadie salió herido", cuenta.
El ambientalista venezolano Erik Quiroga cree que las tormentas podrían ayudar a reparar el daño en la capa de ozono y está liderando una campaña para que todo el ecosistema que las produce sea reconocido como Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
"Basados en el hecho de que hay un ciclo de tormentas eléctricas nocturnas de nube a nube, es posible que parte del ozono generado llegue a la parte inferior de la capa de ozono", escribió Quiroga.
Hasta ahora no hay estudios científicos que respalden esta hipótesis, pero el físico y presentador de televisión británico Brian Cox, quien vino aquí en 2010 para filmar escenas para su serie documental de la BBC "Maravillas del Universo", ha dicho que cree algo parecido.
La noche siguiente, en Ologa, las condiciones parecían prometedoras para una tormenta. Después de nadar en la tarde en el Lago de Maracaibo para refrescarnos del calor infernal, vimos las primeras nubes formarse con el ocaso.
Highton nos explicó que las columnas de nubes que estábamos viendo podían elevarse a un altura de 8 a 10km y que constituían formaciones clásicas asociadas con los relámpagos.
Con nuestras cervezas frías en la mano, vimos cómo las primeras chispas amarillas manaron dentro de las nubes que se hacían más oscuras.
No escuchamos truenos: los rayos estaban demasiado lejos en el Delta del Catatumbo. Pero contamos los arcos de relámpagos entre las nubes hasta que los flashes se volvieron demasiado frecuentes y no pudimos seguir contando.
Los indígenas bari de las montañas occidentales de la Sierra de Perijá, ubicada a unos 150km en la frontera con Colombia, han visto estas tormentas eléctricas por cientos de años.
Los bari creen que los rayos son creados por los espíritus de sus ancestros, en la forma de luciérnagas celestiales.
Mientras mis compañeros y yo tratábamos de tomar fotos, sentados en la arena, esta idea de las luciérnagas resplandecientes en el cielo le añadió un toque mágico a la escena.
La tormenta pronto llegó a la playa. Una lluvia torrencial comenzó a caer, con lo que nos replegamos a la casa de Highton, desde donde vimos con asombro cómo el show de luces estroboscópicas dibujaba las siluetas de las palmas y los palafitos en el borde del largo.
Los flashes eran lo suficientemente brillantes como para transformar la noche en día. Al menos momentáneamente.
El ruido de los truenos señalaba que los rayos se estaban acercando. El aguacero se intensificó y fuertes ráfagas de viento voltearon las mesas y las sillas en el porche. Le pregunté a Highton si debíamos preocuparnos porque los rayos fueran a dar a la casa.
El pararrayos en el techo lo impediría, me aseguró. Y con una sonrisa, añadió: "todavía no he perdido a ningún turista".
Cargados de adrenalina, nos quedamos despiertos hasta el amanecer, con los ojos alumbrados y absorbiendo el espectáculo electrizante hasta que los relámpagos comenzaron a amainar.
Después de disfrutar la experiencia de Catatumbo en pleno, entendí por qué los cazadores de tormentas tienen tanto interés en visitarlo.
Fuente: BBC MUNDO
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