sábado, 21 de mayo de 2016
Los alemanes y la puntualidad
Los reyes de la puntualidad, así son los alemanes. Peter Zudeick trata en su columna una de las virtudes germanas.
Es cierto que de algo nos sentimos especialmente orgullosos: de nuestra puntualidad. "Precisos como un reloj suizo", los alemanes lo somos hasta la médula. Nosotros no inventamos el mecanismo de los relojes, pero somos en gran parte responsables de que las personas funcionen como tales. ¿Y por qué es así? Porque si no, el mundo colapsaría. Los trenes, buses y aviones llegan a tiempo en Alemania. Quien diga que no es cierto, padece trastornos de percepción. También la construcción de aeropuertos grandes, como el de Berlín, se termina puntualmente. Bueno, en principio: el de Berlín tendría que estar funcionando desde junio de 2012. Y si hay pequeñas demoras, debe ser culpa de los demás, posiblemente saboteadores.
“La puntualidad es la cortesía de los reyes”, reza el dicho alemán. Pues bien, puede sonar muy bonito, pero no quiere decir que los alemanes seamos puntuales porque somos monárquicos. El filósofo alemán Immanuel Kant se levantaba todos los días a las cinco de la mañana, salía a las siete en punto a dar sus clases en la universidad, trabajaba de nueve a una en sus libros, iba a dar un paseo puntualmente a las dos y treinta, recorría cinco veces de arriba a abajo la avenida Lindenallee de Königsberg; y a las diez de la noche se iba a dormir. Kant era la puntualidad alemana personificada. Está bien, se reconoce que no todos los alemanes alcanzan esa perfección, pero sí que se esfuerzan por hacerlo. Casi el ochenta y cinco por ciento de los alemanes dice tomar muy en serio la hora de sus compromisos y dice esperar lo mismo de los demás. “Cinco minutos antes de la hora acordada, ésa es la puntualidad alemana”, dice la sabiduría popular. El dicho también existe con los soldados y los obreros de la construcción. El caso de los albañiles es distinto: “Puntual como los albañiles” significa dejar de trabajar puntualmente. Se dice que ellos sueltan el palustre en el segundo exacto en el que concluye la jornada. Eso no pudo haberlo inventado un alemán.
El que llega muy tarde…
Sin embargo, la sabiduría popular alemana también conoce otros aforismos. Uno de ellos dice: “Llegar tarde también es llegar”. Irritante. Otro de ellos dice: “Quien trae buenas noticias, nunca llega tarde”. Bueno, ese no está tan mal. No hay que reprender necesariamente a alguien que llega tarde a sostener una maravillosa ponencia sobre la puntualidad. Pero hay algo que debe quedar claro: es un mal consejo eso de que “es preferible una hora más temprano que un minuto tarde”. Y también es algo discutible que “cinco minutos antes de la hora acordada…”. Yo no soporto que las personas lleguen cinco o diez minutos antes a alguna cita. Me encuentro frente al espejo en calzoncillos, con rulos y quien me espera en la puerta ya está vestido con su frac y su sombrero de copa. Así no se puede. Puntualidad también significa que nadie se me eche encima.
Y todavía hay algo que no se puede olvidar: también en cuanto a la puntualidad no todos los alemanes son tan alemanes como deberían serlo. O como podrían serlo. En ese sentido existen diferencias que vale la pena mencionar. Los de Westfalia aprenden en Renania que la puntualidad puede ser de hecho una virtud. Pero una que no vale la pena porque allí no hay nadie que pueda honrarla.
Fuente: DW
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